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Desperfectos

Los dos hombres se adelantaron para mirar el cielo. Pero ya no había cielo. Lo que vieron les enfrió el cuerpo.

—¡Es el Termonúcleo! —jadeó Von Deema, regresando a cubierto.

Un dirigible flotaba sobre el desarmadero. Una máquina decorada con agujas de bronce, de las que pendían largos estandartes blancos con el símbolo de la tiranía que gobernaba el mundo. Varias hélices —y, posiblemente, algún tipo de magia— impulsaban la nave sin emitir el resuello característico de los motores a vapor. Los monstruosos globos acorazados solían merodear entre los rascacielos de la ciudad del Buen Ayre, atiborrados de desperfectos y, en general, aterrorizando a la gente con su sola presencia. Rara vez se habían visto sobrevolar la insignificante Ciudad Diesel, mucho menos un lugar como este.

—Si ese monstruo está aquí, seguro que los desperfectos siguen en la zona —murmuró Tremebundo. No había que ser un genio para entenderlo. Estaba frito.

Von Deema le puso una mano abierta en el pecho para que retrocediera y se cubrió la boca con el índice. A lo lejos, vieron tres siluetas que asomaron sobre la pila de chatarras. Se tambaleaban como borrachos.

Las horribles criaturas, llamadas desperfectos, eran psicópatas implantados con tecnología obsoleta. Iban vestidos con fracs y sombreros de copa, y lo que parecían paraguas o sombrillas. En general, lucían elegantes. Tremebundo arrugó la nariz para mejorar la vista y sintió una instantánea simpatía, pero era un error. Si se miraba de cerca un desperfecto, podía apreciarse que la ropa estaba hecha jirones, los sombreros abiertos a la mitad, y los paraguas llevaban mucho tiempo como el ala rota de un murciélago. En realidad, los paraguas[1] eran también bayonetas: armas de fuego con cuchillas herrumbrosas y cubiertas de sangre seca. Los desperfectos no sentían ningún amor por el prójimo, más bien lo contrario. Algunos tenían tantos implantes mecánicos que costaba reconocerles algo de humanidad. En fin, unos locos de atar que el Termonúcleo secuestraba de los manicomios para convertirlos en soldados. Luego de la gran guerra, habían descartado a la mayoría. Muchos aún vagaban por ahí, pero otros —los menos disfuncionales— eran usados para cuidar los intereses del régimen.

Durante años, me inventé un “universo” propio, inspirado en las cosas que me gustaron desde siempre. Yo leía los clásicos de la ciencia ficción como Bradbury, Asimov, Ballard, Gibson, etc.

Utilizo mi universo, al que llamo MAD, por “Matar al dragón”, para diversas cosas. Se parece al Universo Chatarra, en el sentido de que ocurre en Argentina, en una realidad alternativa.

Por eso pienso que podríamos congeniar. A continuación, la descripción de MAD, para que veas a qué me refiero. No es igual, pero comparten la onda chatarrera, steampunk, dieselpunk, teslapunk:

CIUDAD DEL BUEN AYRE

A dos semanas de viaje y al este de Ciudad Diesel, se encuentra la capital imperial. En Buen Ayre se concentra la vida industrial y cultural del país. Grandes columnas de humo, visibles a kilómetros de distancia, ennegrecen el cielo. Pero en las calles resecas brillan miles de lamparitas eléctricas y tubos incandescentes, como una demostración latente del poder tecnológico que todavía define a las comunidades humanas. En las vitrinas se encienden pantallas con imágenes en blanco y negro. Hay torres con grandes relojes y puentes colgantes. Los pobladores entran y salen de los viejos edificios y se arremolinan en los mercados de pulgas. Se ve de todo: altos caballeros de esmoquin luciendo sus relojes y monóculos, opulentas damas de altos peinados, vestidas con encajes y láminas de bronce; niños con chalecos y pantalones cortos, llevando a rastras a sus perros y androides. No se ven magos, o al menos si están entre la gente, se preocupan por pasar inadvertidos. Es una sociedad elegante, pero que supo conocer mayores lujos y riquezas hasta el portento de la guerra. No faltan signos de pobreza. Mendigos y vagabundos merodean por las callejuelas sombrías, intercambiando favores por comida, o hurtando lo poco que pueden bajo la vigilancia de los droids, máquinas latosas y resoplan-tes que patrullan la urbe bajo las órdenes de los altos señores.

A continuación, uno de los  personajes de MAD. Lo pongo aquí para que veas el estilo. Mi intención no es sumar MAD al Universo Chatarra, sino proporcionar ejemplos.

Este personaje aparece en la novela que escribí para un manual de narrativa (el que podés ver en el botón al final).

MARVIN es  un autómata con tecnología que combina energía de vapor y eléctrica, un mecanismo rarísimo inventado por los científicos del Termonúcleo.

La función de estos pequeños autómatas de ojos de lámpara, notables por sus manos y patas grandes, consiste en maniobrar los enormes titanes constructores: es decir, las súper máquinas del tamaño de un edificio que fueron utilizadas para construir la ciudad secreta de Emithiopea.

Además de su increíble tecnología, los automatones, como se llama a los pilotos, poseen un cerebro animal, a menudo de caballo o delfín (criaturas hoy extintas). De esta forma, pueden realizar tareas complejas y comportarse con cierta lealtad. También hay que decir que un automatón y su titán se consideran una misma máquina biomecánica, porque cada piloto es fabricado junto al gigantesco armazón usando partes de un mismo animal. El automatón es la mente y el armazón los músculos.

Dicen las leyendas que, una vez que los titanes construyeron la ciudad de los magos, estos decidieron liberarlos. Al fin y al cabo, los consideraban animales más que autómatas, y además eran muy costosos de mantener. Así que abrieron el corral, como quien suelta unos caballos salvajes, dejándolos merodear a gusto por los bosques del sur, que entonces cubrían esa parte del continente. Este asunto siempre había escandalizado a los que tenían la valentía de explorar la zona. No era sencillo creerse que uno estaba delante de una mole mecánica de decenas de metros de altura, y mucho menos si te pisaba.

Al parecer, el deambular titánico había durado varios siglos. Los enormes constructores simplemente se quedaban sin energía, o sus pilotos dejaban de funcionar. De esa forma, permanecían de pie, o cada cierto tiempo se desplazaban, lo que generó toda clase de historias que terminaron contándose en torno a las fogatas de la época. Por ejemplo, que los titanes se sumergían en el mar o bien se adentraban en los yermos dependiendo del tipo de criatura con la que habían sido creados.

Todo aquello había sido en los tiempos previos a la Guerra del Origen, casi siete mil años atrás. En estos días, es improbable encontrar un titán. No parecen estar por ningún lado, aunque es verdad que los yermos y otros territorios de la Patagonia son muy extensos y nadie pudo adentrarse bien hasta el sur, debido a las bestias y Desperfectos que perduran desde la Guerra del Termonúcleo.